Fernando Molano, Circa, 1996

domingo, 14 de octubre de 2012

V.I.H.

Soy joven y estoy aún,
                        digamos,
en ese tiempo inverosímil
que para mis mayores ha huido
                        tan de prisa.
En mí el deseo
se encabrita a cada instante
de cada noche y de cada día,
y bien podría ser recomenzado
sin dar, por otra parte, mucho.
Así, no tengo por qué pedir la fuerza
y el coraje: yo no los tengo simplemente
y sigo -sin proponérmelo siquiera
echando cosas en el talego de mis sueños.

Aún conservo -no sé explicar cómo
una pizca de esperanza
                      suficiente
para creer que serán mejores las cosas
-no las mías: las cosas llanamente
e intento,
aunque no puedo evitarlo a veces,
no ser cruel.

Pero hacia mí la muerte se apresura.
En verdad, hace años la tengo
pegada a mis talones,
soplándome su vaho en los carrillos.
Manos arriba contra la pared,
apretados los muslos y los ojos,

                     ella me tiene;
y aguardo, solo, a que por fin me aseste
                     su triste golpe.

¿Qué espera, pues, la muerte?
¿Qué pretende conmigo esa señora
sólo rozando mi cuerpo
                                     sus tiernos velos
sin abrazarme?,

mientras a mi espalda bulle y me excita
la vida
y el amor,
y el deseo:                      los muchachos,
                                      el fresco aroma en sus axilas...