Lo miras
tan cerca de su hermosura
que es tanta
tan desmedida
que casi te atreves
a nombrársela en la cara
Pero
una vez más te dices
¡Espera al menos
a que termine la clase!
Aunque
livianos los ojos
en la pelusa de su mejilla
piensas de nuevo:
¿Y al fin
poniendo mis pies sobre la tierra
- justo al lado de mi bastón
yo le declarase mi amor
y él
por ventura
me concediese el suyo
no tuviera ya la fuerza
para dar
al menos
un brinco de alegría...?
Y aún así
pillados tus ojos
cuando su frente vuelve
una vez más le dices:
¿Me prestas tu esfero rojo?