"Mientras ellos me quitaban la camisa
-aún no busco algún botón sobre la alfombra-
yo pensaba: tus manos por mi pecho
querido amigo que
de prisa
me has dejado.
Sin embargo, me decía yo:
tus dedos enredados en mi pelo
y tu voz sobre mí
desnuda
y lenta:
tu ternura.
Pero ellos
babeaban mi cuerpo como orugas
y al oído me gritaban suave:
¡voltéate
mariquita!
Hasta el alba tu cuerpo junto al mio
imaginaba
cuando ellos se habían marchado con el goce.
Recogía pues
mi cuerpo
recostado
y no recordaba -en verdad no me dijeron-
sus nombres.
Dura cosa es la venganza."
¿Así me justificaré de nuevo
cuando ya sea la mañana
en el espejo? me digo
mientras rondamos esta calle oscura
y entramos por fin en el motel.